Por JUAN T H
Lo peor de todo no es que hayan creado un hoyo financiero
tres veces mayor que el provocado por la crisis bancaria del 2003, ni que una
mafia gobernara el país durante los
últimos ocho años, robándose más de cien mil millones de pesos cada año. No,
eso no es lo peor, porque corrupción y saqueo ha habido en este pedazo de isla
desde que llegó Cristóbal Colón, navegante, asesino y ladrón, que convirtió
“indios vivos en cristianos muertos”.
Lo peor es que después de tanto ir y venir, de tanta sangre
derramada en la lucha por la libertad y la justicia, tratando de alcanzar una
soberanía y una independencia que ha terminado
malograda por piratas y filibusteros de la peor calaña, un grupo de
lobos disfrazados de caperucita, haya
llegado al gobierno para aniquilar lo que quedaba de ingenuidad y pureza en la
cultura nacional.
Lo peor no es que se instalara una mafia asociada al
narcotráfico, al crimen organizado, al lavado de activos, al juego de azar en
cada esquina; lo peor es que ese grupo destruyera moralmente la sociedad, que
no dejara un solo estamento social libre de inmundicia y putrefacción.
Esa mafia destrozó lo poco que había de institucionalidad
tanto en el Estado como en el sector privado. Nada quedó exento del excremento
cloacal de esa mafia que llegó al poder con una ferocidad fiscal para beneficio
propio, que dejó los bolsillos vacios de la inmensa mayoría
mientras ellos acumularon fortunas incalculables.
Lo peor no es que nos empobrecieran materialmente. Cuando a
usted lo asaltan y le dicen: “La bolsa o la vida”, usted entrega la bolsa,
porque es recuperable. Pero la vida no.
Le dimos la bolsa, pero también querían la vida. Y la tomaron. Nos mataron
moralmente. Nos dejaron sin valores éticos. Y esa es la muerte para cualquier
país que pretenda desarrollarse dignamente.
Cuando esa mafia decidió tomar por asalto la sociedad
dominicana, además del robo y el saqueo, decidió eliminar, a fuerza de
inmoralidad, la familia y sus estamentos vinculantes socialmente. Nada fue casual.
Nadie se salvó.
Las iglesias, los medios de comunicación, los periodistas,
los médicos, las enfermeras, los
abogados, los jueces, los guardias, los
policías. Nadie quedó fuera de la pobreza espiritual. Los tres poderes del
Estado sumergidos en la peor crisis moral de toda su historia.
Todos embarrados de estiércol. Todos corrompidos de una
manera o de otra para que nadie pueda lanzar la primera piedra. ¡Eso es lo
peor!
Gracias a esta plaga
morada “todos tenemos un precio, todo se compra y se vende”, como bien dice
Víctor Manuel en una canción del año 1974.
“El hombre gordo y el flaco; el gigante y el enano. Y aquel
que viste de gris para vivir camuflado.
El que trepa de puntillas y se olvida de sus pasos, también aquel que niega su brazo al que vive más abajo. El señor y la doncella; el poeta y su miseria. Piratas y mercenarios, falsos revolucionarios. Algún cerdo disfrazado de paloma mensajera, también Caperucita y su abuela; Tom y Jerry, Cenicienta”.
Este país no es el país donde nací y crecí. Este es otro.
Donde nací y crecí la palabra empeñada tenía el valor de un templo, el sentido
ético y moral no tenía precio. Ahora todo se compra y se vende. Incluso la
dignidad.
Se robaron el país. Y nos dimos cuenta tarde. Recuperarlo
será difícil. Solo la fuerza del pueblo unido, podrá devolverle al país la
dignidad, la vergüenza y el decoro. Por la fuerza, si es preciso.