Por Juan T H
Así estamos todos: Paranoicos.
La paranoia es “perturbación mental fijada en una idea o en
un orden de ideas”, dice el diccionario.
Nadie quiere salir de sus casas por miedo a ser asaltado,
vejado, violado, encarcelado, golpeado, secuestrado, asesinado, desaparecido y
lanzado al fondo del mar para que no lo encuentre nadie.
Pero las casas ni los apartamentos garantizan seguridad. Los
hogares se han convertido en verdaderas
cárceles. Parecen bunkers, con alarmas, rejas de hierro, policías privados.
(¡Nos estamos cagando del miedo!)
Si los jóvenes salen a la disco, al cine o la universidad,
los madres no pueden acostarse y dormirse. Tienen que esperar, temerosas, que
los muchachos lleguen. Si el teléfono timbra el corazón le da un vuelco. Teme
hablar para no recibir una noticia trágica.
Las calles se han convertido en selva de acero y cemento
donde sobreviven los más fuertes. En
cada esquina, tienda, supermercado, farmacia, colmado, los delincuentes acechan
para luego dar el golpe que puede ser mortal.
Nadie está a salvo. Nadie se siente seguro.
Los ciudadanos caminan de prisa, casi huyendo. Miran hacia
un lado y otro. Si alguien se acerca mucho corren; si conducen un vehículo y
ven por el espejo retrovisor una motocicleta, o un carro “raro”, se ponen en
alerta roja.
La gente ve delincuentes y asesinos en cualquier persona que
se nos acerca. Y se llena de pánico. ¡No es para menos!
Un agente policial produce espanto. Nadie sabe si es un delincuente vestido de
policía, o un policía delincuente. (Policías y militares, con civiles, suelen
formar bandas asesinas)
Los ciudadanos perdieron la confianza en quienes deben
protegerlos. A los que les pagan para que los cuiden, les roban y los matan.
¡No es casual que estén aterrados!
Todos los días nos enteramos por la televisión, la radio,
los periódicos y las redes sociales de atracos, robos, secuestros y asesinatos.
Cada día los capos actúan con más libertad, desarrollando técnicas y métodos
nunca vistos. Los delincuentes no tienen ningún respeto por la vida. Matan por placer.
El ciudadano o ciudadana que no ha sido víctima de un
asalto, un robo, una violación, un atentado, un secuestro, sabe de un pariente,
amigo o relacionado. Y las historias corren por doquier. Se escuchan en los
centros de trabajo, en las universidades y en las esquinas.
La inseguridad nos está matando de un modo o de otro. Y esa
inseguridad nos ha provocado una paranoia colectiva, masiva. Muchos
terminaremos, si es que no lo estamos ya, traumatizados, esquizofrénicos, enfermos
mentales obligados a visitar el psiquiatra. Pero no hay psiquiatra que pueda
curarle el miedo a más de diez millones de personas.
Es el gobierno, a través de las instituciones del Estado,
que debe garantizar la seguridad de todos los ciudadanos. Pero si ese gobierno
está corrompido, no tendrá calidad moral, ni voluntad política, para combatir
el crimen y el delito. Por el contrario,
será cómplice de los narcotraficantes, lavadores, asesinos y
delincuentes, contribuyendo así al caos y la paranoia de la gente que gobierna.